Kant comenzó identificando una premisa común a empiristas y racionalistas. Ellos habían asumido que el conocimiento debe ser objetivo. Es decir, dieron por sentado que el objeto de conocimiento es quien establece los términos y que por lo tanto está a cargo del sujeto identificar al objeto en los términos del objeto. En otras palabras, los empiristas y los racionalistas eran realistas: ellos creían que la realidad es lo que es independientemente de la conciencia, y que el propósito de la conciencia es llegar a percibir la realidad tal como es.
En términos de Kant, asumieron que el sujeto debe ajustarse al objeto 1. Kant entonces reparó en que el supuesto realista/objetivista había conducido repetidamente al fracaso, y –lo que es más impactante– que necesariamente debe conducir al fracaso.
Para demostrar ésto, Kant propuso un dilema para todos los análisis del conocimiento. La primera premisa del dilema se da al comienzo de la Deducción Transcendental. Aquí Kant manifiesta que el conocimiento de los objetos puede encontrarse en sólo una de dos maneras.
Hay sólo dos formas posibles en las cuales las representaciones sintéticas (o sea, lo que uno experimenta) y sus objetos, pueden establecer conexión, obtener la relación necesaria el uno con el otro, y, por así decirlo, encontrarse entre sí. O el objeto por sí solo debe hacer posible la representación, o la representación por sí sola debe hacer que el objeto sea posible. 2
Los términos del dilema son cruciales, en particular para la primera alternativa. Si decimos que “el objeto por śi solo debe hacer posible la representación” 3, entonces implicamos que el sujeto no debe tener nada que ver con el proceso. La implicancia es que el sujeto no puede tener su identidad propia, que la mente no debe ser algo en particular, que la conciencia debe ser, tomando prestada una frase, un medio puramente “diáfano” en el cual o por medio del cual la realidad se escribe a sí misma. En otras palabras, Kant asumió – como lo hizo la mayoría de los pensadores antes que él– que la objetividad presupone un sujeto sin identidad y por lo tanto presupone la metafísica del realismo ingenuo .
Pero es claro que la metafísica de la mente no tiene esperanzas. Ésta fue la siguiente premisa de Kant. El sujeto cognoscente es algo: sus procesos son causales y definidos, y moldean a la conciencia del sujeto. En palabras de Kant, cuando experimentamos “siempre permanecemos involucrados en condiciones”, condiciones que hacen de nuestras experiencias una “síntesis finita”.4
Esta es la razón por la cual el realismo ingenuo habría sido un proyecto imposible. El sujeto cognoscente no es una tabla en blanco sin identidad, por lo que no puede ser que el objeto por sí mismo haga posible al conocimiento. Dada su finita identidad, el sujeto cognoscente está involucrado en la producción de sus experiencias, y de estas limitadas y condicionadas experiencias producidas el sujeto no puede extraer lo que es realmente real.
Así llegamos a la segunda alternativa, la que Kant propuso como verdadera -ésto es , que la representación hace posible al objeto. Y aquí tenemos una parte de la motivación para la revolución "copernicana" de Kant en la filosofía , anunciada en el Segundo Prefacio 5 . Dado que el sujeto cognoscente tiene una identidad, debemos abandonar la idea tradicional de que el sujeto se ajusta al objeto. En consecuencia, lo contrario debe ser verdad: el objeto debe ajustarse al sujeto y sólo si asumimos ésto, -- es decir, sólo si abandonamos la objetividad en pos de la subjetividad – puede ser que podamos darle sentido al conocimiento empírico.
La segunda parte de la motivación de Kant fue el intentar dar sentido a los conceptos necesarios y universales y a las proposiciones. Ni los racionalistas ni los empiristas habían encontrado una manera de derivarlos de la experiencia. Kant culpó una vez más a dar por supuestos el realismo y el objetivismo. Esos supuestos habrían hecho imposible al proyecto. "En el primer caso [es decir, el objeto por sí mismo que hace posible a la representación], esta relación sólo puede ser empírica, y la representación nunca es posible a priori."6 . O, expresando el punto en el lenguaje que Kant había aprendido de Hume, la experiencia pasiva nunca revela lo que debe ser, desde que tal experiencia "nos enseña que una cosa es así y asá , pero no que no puede ser de otra manera"7.
Entonces, de nuevo tenemos que inferir que lo contrario es cierto: La necesidad y la universalidad deben ser funciones del sujeto cognoscente y no marcas impresas por los objetos sobre lo sujetos. Si asumimos que nuestra identidad como sujetos cognoscentes está involucrada en la construcción de nuestras experiencias, entonces podemos asumir que nuestra identidad va a generar ciertas propiedades necesarias y universales de nuestras experiencias8. Consecuentemente tenemos, en la primera Crítica, el proyecto central de Kant de seguirle el rastro a catorce de tales funciones constructivas del sujeto: el espacio y el tiempo como dos formas de sensibilidad más las doce categorías. Como resultado de las operaciones realizadas por esas funciones constructivas, se obtienen las propiedades necesarias y universales dentro de nuestro mundo experiencial --porque allí las hemos puesto.
Veamos ahora las recompensas y las cuentas a pagar. La primera recompensa es que las propiedades necesarias y universales ahora son intrínsicas al mundo fenoménico de la experiencia, con lo cual conseguimos un mundo bonito y ordenado que la ciencia pueda explorar. La ciencia es rescatada del escepticismo no deseado con el que los empiristas y racionalistas se habían topado, y su aspiración de descubrir verdades necesarias y universales se hace así posible.
Pero también hay una cuenta a pagar kantiana. Los objetos que explora la ciencia existen "sólo en nuestro cerebro" 9, de modo que nunca podremos llegar a conocer su mundo exterior. Desde que las propiedades necesarias y universales del mundo fenoménico son una función de nuestras actividades subjetivas, las propiedades necesarias y universales que la ciencia descubre en el mundo de los fenómenos tienen aplicación solamente en el mundo fenoménico. La ciencia debe trabajar con la experiencia y la razón, y en bases kantianas, esto significa que la ciencia es amputada de la realidad misma.
Todo es intuído en el espacio o en el tiempo, y por lo tanto todos los objetos de la experiencia posible para nosotros, no son más que apariencias, es decir, meras representaciones, que en las maneras en que están representados, como seres extensos o como series de alteraciones , no tienen existencia independiente fuera de nuestros pensamientos.10
En cuanto a aquello que tiene existencia independiente fuera de nuestros pensamientos, nadie sabe ni puede saber nada.
Desde la perspectiva de Kant, ésa era una cuenta que estaba feliz de pagar, a cuenta de la ciencia y para ganancia de la religión. El argumento de Kant, de tener éxito, significa que "todas las objeciones a la moral y la religión se silenciarán para siempre, y de un modo socrático, es decir, por la más clara prueba de la ignorancia de los objetores." La razón y la ciencia estarán desde ahora limitadas a jugar con los fenómenos, dejando el reino nouménico intacto e intocable. Después de haber negado el conocimiento, se había hecho lugar para la fe. Porque ¿quién puede decir qué es o qué no es, allá afuera en el mundo real?
Las impactantes conclusiones escépticas de Kant se desprenden de supuestos filosóficos que siguen moldeando los debates contemporáneos entre los posmodernistas y sus enemigos.