Además de sus preocupaciones religiosas, Kant también estaba lidiando con los problemas en los que empiristas y racionalistas se habían metido al tratar de desarrollar concepciones satisfactorias de la razón.
Con todas sus diferencias, los empiristas y los racionalistas habían acordado en una concepción amplia de la Ilustración sobre la razón – que la razón humana es una facultad del individuo, que es competente para conocer la realidad objetivamente, que es capaz de funcionar en forma autónoma y hacerlo de acuerdo con principios universales. En la razón así concebida subyace su confianza en la ciencia, en la dignidad humana, y en la perfectibilidad de las instituciones humanas.
De esas cinco propiedades de la razón – objetividad, competencia, autonomía, universalidad, y el hecho de ser una facultad del individuo– Kant concluyó que la triste experiencia de la filosofía reciente demostraba que la más fundamental de ellas, la objetividad, debía ser abandonada. Los fracasos del empirismo y el racionalismo habían mostrado que la objetividad es imposible.
Para que la razón sea objetiva, debe tener contacto con la realidad. El candidato más obvio para tal contacto directo es la percepción sensorial. En las explicaciones realistas, los sentidos nos dan nuestro contacto más directo con la realidad, y por lo tanto proveen el material que la razón luego organiza e integra en conceptos, esos conceptos a su vez están integrados en proposiciones y teorías.
Pero sin embargo, si los sentidos sólo nos dan representaciones internas de los objetos, entonces un obstáculo se interpone entre la realidad y la razón. Si a la razón se le presenta una representación sensorial interna de la realidad, entonces no es consciente en forma directa de la realidad, la realidad por lo tanto se convierte en algo que debe ser inferido o supuesto detrás de un velo de percepción sensorial.
Dos argumentos han llevado tradicionalmente a la conclusión de que somos conscientes sólo de representaciones sensoriales internas. El primero se basó en el hecho que la percepción sensorial es un proceso causal. Puesto que sí es un proceso causal, el argumento prosperó, parece ser que la razón viene a ser consciente de un estado interno al final del proceso causal y no del objeto externo que inició el proceso.
Los sentidos, desafortunadamente, se interponen en el camino de nuestra conciencia de la realidad. El segundo argumento se basó en el hecho de que las características de la percepción sensorial varían de individuo a individuo y a través del tiempo para un individuo dado. Un individuo ve un objeto como rojo mientras otro lo ve como gris. Una naranja sabe dulce – pero no después de saborear una cucharada de azúcar. ¿Cual es entonces el color real del objeto o el gusto real de la naranja? Parece ser que de ninguna se puede decir que sea la característica real. En cambio, cada percepción sensorial debe ser efecto meramente subjetivo, y la razón debe ser consciente tan sólo del efecto subjetivo y no del objeto externo.
Lo que ambos argumentos tienen en común es un reconocimiento del hecho indiscutible de que nuestros órganos sensoriales tienen una identidad, que funcionan en formas específicas, y que la forma en la cual experimentamos la realidad está en función de las identidades de nuestros órganos de los sentidos. Y ambos argumentos tienen en común la premisa crucial y sí discutible de que el hecho de que nuestros órganos sensoriales tienen una identidad significa que se convierten en obstáculos para la conciencia directa de la realidad. Esta última premisa fue fundamental para el análisis de Kant.
Los empiristas habían extraído de este análisis de la percepción sensorial la conclusión de que si bien debemos confiar en nuestras percepciones sensoriales, siempre debemos ser prudentes en relación a nuestra confianza en ellas. De la percepción sensorial no podemos extraer conclusiones seguras. Los racionalistas habían extraído la conclusión de que la experiencia sensorial es del todo inútil como fuente de verdades significativas y que debemos buscar en algún otro sitio la fuente tales verdades.
Esto nos acerca a conceptos abstractos. Los empiristas, haciendo hincapié en la fuente experiencial de todas nuestras creencias, habían sostenido que los conceptos tambien deben ser contingentes. Como se basan en la percepción sensorial, los conceptos están distanciados en dos grados de la realidad y son por lo tanto menos certeros. Y como las categorías están basadas en nuestras elecciones, los conceptos son artificios humanos, por lo que tanto ellos que ellos como las proposiciones generadas a partir de ellos no pueden gozar de la necesidad ni la universalidad que se les atribuye.
Los racionalistas, estando de acuerdo en que los conceptos necesarios y universales no podrían ser derivados de las experiencias sensoriales –pero insistiendo en que sí tenemos conocimiento sobre lo necesario y universal– habían concluido que nuestros conceptos deben tener una fuente en algún otro lugar que no es la experiencia sensorial. La problemática implicancia de ésto es que si los conceptos no tienen su origen en la experiencia sensorial, entonces es difícil ver cómo podrían tener alguna aplicación en los dominios de lo sensorial.
Lo que estos dos análisis de los conceptos tenían en común es la siguiente dura disyuntiva. Si nuestro pensamiento sobre los conceptos es que nos dicen alguna cosa universal y necesaria , entonces tenemos que pensar que no tienen nada que ver con el mundo de la experiencia sensorial, y si nuestro pensamiento sobre los conceptos es que tienen algo que ver con el mundo de la experiencia sensorial, entonces tenemos que abandonar la idea de conocer alguna de las verdades realmente universales y necesarias. En otras palabras, la experiencia y la necesidad no tienen nada que que ver una con la otra. Esta premisa también fue fundamental para el análisis de Kant.
Los racionalistas y los empiristas habían, en conjunto, asestado un golpe a la confianza de la Ilustración en la razón. La razón trabaja con conceptos. Pero ahora íbamos a aceptar, ya sea que los conceptos de la razón tienen poco que ver con el mundo de la experiencia sensorial – en cuyo caso, la concepción de la ciencia sobre sí misma, como generadora de verdades universales y necesarias sobre el mundo de las experiencias sensoriales estaba en un gran problema – o vamos a aceptar que los conceptos de la razón son meramente agrupamientos provisorios y contingentes de experiencias sensoriales– en cuyo caso la concepción de la ciencia sobre sí misma, como generadora de verdades universales y necesarias acerca del mundo de la experiencia sensorial estaba en un gran problema.
Así pues, por la época de Kant, la concepción de la razón de los filósofos de la Ilustración fue vacilante por partida doble. Dados su análisis de la percepción sensorial, la razón pareció estar incomunicada en su acceso directo a la realidad. Y dado su análisis de los conceptos, la razón parecía o irrelevante respecto de la realidad o limitada a verdades meramente contingentes.
La relevancia de Kant en la historia de la filosofía es que absorbió las lecciones de los racionalistas y de los empiristas y, concordando con las suposiciones centrales de ambos lados, transformó radicalmente los términos de la relación entre la razón y la realidad.
El argumento esencial de Kant
Kant propuso que la representación hace posible al objeto. Dado que el sujeto cognoscente tiene una identidad, Kant supuso que debemos abandonar la idea tradicional de que el sujeto se ajusta al objeto, abandonar la objetividad en pos de la subjetividad para poder darle sentido al conocimiento empírico.